Me sorprende a mi misma lo tonta que he sido. ¿Cómo no he podido darme cuenta? Haciendo que Edward y yo participemos, tendrán un gran espectáculo, una historia de amor. No puedo dejar que destrocen mi historia de amor… no puedo dejar que se den cuenta de mi historia de amor. Así que debo ocultarla, pero Edward no lo comprenderá. Él seguirá actuando como siempre, dulce y amable. Para él, el Capitolio no supone una amenaza, él está orgulloso de servir a su distrito. Creo que realmente piensa que tiene oportunidad de ganar los Juegos, cuando nunca ha entrenado para ello, cuando su boca no ha pronunciado en su vida ni una sola palabra de odio, cuando el ayuda a las ancianas y rebosa alegría. Edward es débil, física y emocionalmente. Posiblemente sea lo que más me gusta de él, que al contrario de los otros chicos del distrito 2, no le hizo falta demostrar su fuerza para conquistarme, tan solo me robó una sonrisa y me regaló un beso. No me ha hecho nunca falta ninguna otra prueba de amor.
Entonces alguien llama a la puerta del Edificio de la Justicia y me saca de mis pensamientos. Mi familia, claro. Aparece mi hermano Robert acompañado de mi madre y mi padre, que se mantienen a cierta distancia cuando viene corriendo a abrazarme.
-¿Donde vas?- me pregunta. Claro, no tiene ni idea de lo que ocurre. Tan solo tiene cinco años, apenas le habrán empezado a hablar de los Juegos.
-Me voy de viaje.
-¿Adónde, volverás pronto?- No puedo evitar que las lágrimas vuelvan de nuevo.
-A un lugar bonito, donde se canta la canción del abuelo. Pero no puedo volver.
-¿Puedo ir contigo?- Me mira con ojos tristes, creo que va a llorar también.
-No.
Vuelve a abrazarme con todas sus fuerzas y esconde su cabeza en mi pelo. A pesar de eso le oigo sollozar. Nos quedamos así unos minutos, entonces llega el agente de la paz y mi madre viene a mi lado para separar a Robert de mi. Antes de marcharse me susurra algo al oído:
- No hagas estupideces, asegúrate de morir con dignidad.
Lo que sucedió a continuación apenas lo recuerdo. Varias amigas del instituto vienen a verme, algunas lloran desconsoladas y otras me felicitan y me dan ánimos, como si realmente pensaran que tengo alguna oportunidad, pero yo sigo pensando en las frías palabras de mi madre. Cuando se marchan, viene de nuevo el agente y me acompaña desde el Edificio de la Justicia hasta la estación, junto a Edward. En la estación hay mucha gente que ha venido a despedirnos. Familiares, amigos e incluso gente que no había visto en la vida pero que, al parecer, me aprecian muchísimo. La gente aplaude a nuestro paso y gritan nuestros nombres, aunque todo lo que oigo son las palabras de mi madre. Yo intento no mirarles y mantengo la cabeza gacha, tragándome las lágrimas que me quedan. En cambio Edward sonríe y saluda, me intenta agarrar la mano, pero al ver que me aparto bruscamente me mira extrañado. Yo desvío la mirada, pero no deja de mirarme hasta que entramos en el tren. Entonces le miro a sus profundos ojos y consigo esbozar un breve ‘’Lo siento’’. Salgo corriendo lo más rápido que puedo hasta mi habitación, sin fijarme siquiera en las miradas atónitas de los avox y los gritos ofendidos de Taylor Sunlight. En cuanto llego, me arrodillo en el suelo y intento asimilar todo lo que me ha pasado desde que me he despertado: Me he arreglado. He ido a la cosecha. Me han condenado a muerte. Me he despedido de Robert. Mi madre me prefiere muerta que viva. Lo he pagado con Edward.
No puedo evitar volver a llorar. Estoy asustada y no tengo posibilidades. ¿Quien va a patrocinar a una chica de 15 años delgaducha llorona? Entonces empiezo a sollozar. Y los sollozos se convierten en gritos y, finalmente, me quedo dormida en el suelo del vagón.
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